Tuesday, December 09, 2008

Sagasti dominical

Luis Sagasti diseccionó concienzudamente Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi, para su presentación bahiense. A continuación, el texto completo:

Los domingos son para dormir, declara Sonia Budassi, de entrada nomás, en el título de su colección de cuentos. Pese a la fuerza del enunciado, no se trata de una certeza propia de un "acto de fe", como se titula su primer cuento, ni una declaración de principios sino, antes bien, la constatación visceral de que algo se ha partido, se ha roto y que es imposible componerlo.

Estos domingos donde hay que dormir, eran, me animo a decir, la zona del tiempo donde se ponía de manifiesto la verdad de un orden arrancado a la barbarie; los domingos constituían (y aún constituyen, claro, con cierta devaluación) el día asignado a la actualización del orden consagrado, o sea liberado del peso de la historia, de la transmutación. Los domingos, cifra de lo inmutable, la van de Parménides. Religión, familia y tradición comulgan en amalgama. La misa, la reunión familiar frente a la mesa (el asado, la pasta de la vieja), el fútbol de la tarde, la vuelta del perro que constata la vigencia del orden conseguido. Los domingos como el panóptico que bien analizaba Foucault: constatación, vigilancia, sanción.

Los incómodos cuentos de Sonia, cuyo sistema nervioso se funda en un formidable sentido del ritmo, niegan esa tríada constituyente de un modo de ser, de una identidad, de un lugar de pertenencia. Acaso sea en el domingo donde mejor se ve un país, una cultura. El resto de los días el trabajo globaliza, la búsqueda de la renta nos hace ciudadanos del mundo.

Los cuentos, como dije antes, dan testimonio de que estos tres pilares se han hecho añicos o se encuentran en vías de. A diferencia de la narrativa norteamericana que lo que muestra es apenas el indicio de un drama que se soslaya, la famosa teoría de la punta del iceberg que John Cheever y Raymond Carver elevaron a cotas casi insuperables, Sonia se interna por ese lugar en donde el iceberg se ha quebrado. No le interesa tanto qué es lo que subyace tras la eterna sonrisa Kolynos de la familia frente al televisor, sino los perfiles agrietados que el témpano ha dejado al desprenderse de la barrera de hielos.

Del mismo modo rehuye del costumbrismo o, si leemos bien, inaugura acaso un costumbrismo de las grietas. Veamos. No hay un andar por el borde, pese a que hay desplazamientos, deslizamientos sobre lo estipulado, lo socialmente convenido, los domingos; digamos que sus cuentos no bordean el filo sino que sencillamente se instalan en las grietas de una sociedad cuyos valores instituidos, el núcleo que fundamenta identidades, señala pertenencias, exige reconocimientos, se ha deshilachado. Sexo, familia, resguardo, intimidades, constituyen tópicos que uno a uno la autora deconstruye mediante un proceso de revisión acrítica, indolente, como al descuido, sabiendo antes que muchos, cuáles son los colores de los nuevos paisajes.

“No existe mayor amparo que el que te brinda tu peluquero de toda la vida”, se lee en "Las cosas que brillan a mi alrededor", por si queda alguna duda de lo que decimos.

Todos los cuentos están narrados en primera persona y en tiempo presente. Dan la impresión de ser muy viscerales, confesiones arrancadas a la fuerza, pero no nos engañemos. Habitante de un mundo desencantado, no hay ninguna ingenuidad ni apresuramiento. El frecuente uso del paréntesis, el sustantivo sin artículo por ejemplo, son procedimientos mediante el cual las narradoras toman distancia de la partida donde se han jugado las tripas. Advierten que todo es una puesta en escena. Un gran teatro. Cotillón. Maquillaje que se ha corrido. Vestuario muy vintage. Cito: “La justicia es un caracol que se resguarda a si mismo, de vez en cuando deja marcas en el piso.” Pero darse cuenta de eso, de vivir en un mundo de duplicaciones y simulacros, no escatima el sufrimiento. Será una ilusión el mundo, como dicen los hindúes, pero, mierda, como pican los mosquitos imaginarios.

En este mundo de frontera, que no es ya la barrera de hielo como tampoco el iceberg que se aleja, todo se encuentra fuera de su lugar, fuera de las normas: el estudiante al que se le venció la visa, los hermanos sin padre del formidable "Seis menos dos", el vacilar de los sentimientos, la ambigüedad sexual, la fantasía de un amor duro como los diamantes, soledad y exclusión como el más próximo de los temores, el quedar fuera de concurso. (El cuento "Roomates" es una pequeña y angustiosa maravilla). Estos desplazamientos, que bien pueden intercambiar toxinas con los cuentos del malogrado Foster Wallace –recordar a La chica del pelo raro- genera un estado de irrealidad, una niebla fosforescente, algo que brilla y oscurece al mismo tiempo.

En esta serie de relatos, poblados de observaciones letales como latigazos, encontramos a una buceadora profunda de lo que la insignificancia ha hecho con nosotros o acaso sea al revés: de cómo lo profundo nos transforma por momentos en algo insignificante. La fortaleza de semejante ambigüedad es algo que como lectores debemos agradecerle.

Monday, September 22, 2008

Primeras páginas (III)

¿Vos me querés a mí? (novela)
de Romina Paula

¿Vos me querés a mí?


–No, yo lo que te quería decir... A ver, esperá, no sé cómo decírtelo, lo estoy pensando ahora, ¿eh? A ver... No, eso. Bueno, nada, que el otro día me quedé pensando. ¿Viste cuando me preguntaste lo del ascensor?
–Sí...
–No, esperá, eso no fue, ¿qué era lo que me habías dicho antes, esa palabra que me molestó, cuál era?
–¿Guachita?
–No... ¿Eso me dijiste?
–Sí...
–No, no era eso, era otra cosa peor...
–No, era guachita...
–¿En serio? ¿Y yo me enojé por eso? No puede ser... Bueno, no importa, la cosa es que me quedé pensando y la verdad que no sé si sirve de algo que te lo diga, pero igual te lo quería decir, que nada, que estuve pensando y que viste que la última vez que nos vimos yo estaba un poco rara, bah, como que me fui poniendo rara, porque estaba todo bien, pero en un momento me puse a pensar y como que me colgué porque es algo que me pasa siempre, y ya sé cuando me empieza a pasar, me doy cuenta y no quiero que me pase, viene y ya sé, es una sensación que ya conozco y trato de combatirla y bueno, en eso estoy, y no es algo de lo que vos te tengas que hacer cargo, es algo más mío en realidad, pero es como que me miro de afuera y me pregunto “¿pero está bien esto que estoy haciendo?”. Me pasa que me pregunto sin querer, si la situación en la que estoy es en la que quiero estar en realidad y bueno, como que después llego a conclusiones, como que tomo decisiones, no digo que esté bien, pero no puedo evitarlo, como que me vienen y bueno, como que el otro día me quedé pensando y la cosa es que pensé que no sé si quiero estar de novia... ¿Se entiende?
–Sí... Bah, no sé. O sea, sí, creo que entiendo lo que me querés decir, pero no sé muy bien a qué viene, tampoco entendí muy bien el otro día pero nada, pensé que era como una cosa del momento, que te habías ofendido, ni me imaginé que te habías quedado pensando ni que tuvieras toda una teoría al respecto... Igual no entiendo muy bien, nosotros nunca dijimos nada de estar de novios ni nada...
–No, nada, es eso nada más, que quiero que lo sepas… A ver, yo no digo que pienso que vos querés estar de novio conmigo, no digo eso, en realidad ni te lo estoy diciendo tanto a vos, me lo estoy diciendo más bien a mí... Tampoco es algo tan concreto, no sé si puedo explicarlo, no digo que se pueda decidir así, ya sé eso. Es más bien como que me viene, no es que yo lo pienso, que me lo pregunto, sino que estoy así y de repente como que me viene esa sensación, como que me empiezo a ver de afuera, veo la situación de afuera y me juzgo, como si me preguntara... Pero es más bien como una forma de pensar, no sé, de proyectar en el mejor de los casos. No digo que haya que definir algo, ni en pedo, pero bueno, en un momento hay una serie de cosas que se van acumulando y entonces de repente yo me pregunto. ¿Pero estamos de novios? O ¿yo quiero estar de novia?... Por ejemplo, desde hace fácil una semana que hablamos todos los días por teléfono...
–Pero vos me llamaste...
–Sí, bueno, por eso, yo no te lo estoy echando en cara, ¿eh? Yo no digo que seas vos, lo que digo es que hablamos todos los días y bueno, nada, yo no puedo evitar preguntarme ¿pero yo estoy de novia con este pibe? ¿Entendés? Tiene como que ver con el compromiso, no es que yo necesite saber, pero de repente me pregunto si mis acciones son consecuentes con mi sentimientos, como que me cuesta un poco tener acceso a mis sentimientos, no sé, es raro, y como también nos estuvimos viendo mucho...
–No sé, yo tenía ganas de verte...
–No, yo también tenía ganas, no es ése el tema... Lo que pasa es que yo no te puedo dar ninguna garantía, eso te quería decir más que nada, que no te puedo dar ninguna garantía, porque siempre me fascino mucho al principio pero después se me pasa, eso es lo que pasa, ¿entendés? Y por eso quería decírtelo, porque si no después el otro queda pagando y como está todo bien con vos, quería que lo supieras... Es eso más que nada, como que me cuesta darme bien cuenta si una situación está buena o no de verdad, ¿entendés? No buena, digo, bah sí, buena, como saber realmente si es eso lo que quiero, como saber si es verdad, no sé si a vos te pasa...
–¿Qué?
–Lo que te digo, no sé, que te dé miedo lo que te pasa, no sé, no saber. Que por momentos estás bien y estás contento y decís mmm sí esto es algo y le das para adelante y estás bien, y después de repente hay como algo que no está bien, como que mirás de afuera, como que puedas dejar de pensar que el otro es lo que pensás que es, como que se te desvanezca, no sé, que te deje de gustar...
–¿Que me deje de gustar qué?
–Yo.
–Ah, sí, claro que me pasa...
–¿En serio? Qué horror... Bueno, mejor.
–Porque a vos te pasa.
–Sí, claro, todo el tiempo. Bah, no sé si es eso exactamente, es eso en parte, pero no es sólo eso, es como si eso fuera consecuencia de otra cosa, no sé, creo, bah, lo estoy pensando ahora... Qué bueno, a mí me pareció que eras medio así, como jodido, como que un par de zapatos equivocado o una mala combinación de colores puede ser letal... ¿no? No te rías, boludo, es así. ¿O no?
–Bueno, no sé si tanto como eso pero sí, pienso que podés dejar de gustarme...
–Si el otro día en el bulo espantoso ese, ni bien nos vimos, yo me di cuenta que me miraste como con cara de “qué secretaria fisurada” y me abrazaste en seguida porque no me querías mirar. En serio, no me digas que no fue raro...
–Sí, pero era obvio que iba a ser raro después de esos días sin vernos...
–Sí, bueno, ya sé, pero me re di cuenta de lo de la secretaria fisura...
–Qué boluda, no pensé eso, no pensé secretaria fisura, parecías más bien rumana...
–¿Rumana? ¿Por qué rumana?
–No sé, por la ropa... Igual parecés un poco rumana...
–¿Qué tenía puesto?
–No sé, pero estabas rumana.
–Qué forro... Tenía puesta una pollera con flores, ya me acuerdo, y las sandalias... No, pero no parecía rumana, qué malo...
–No sé, yo pensé que parecías rumana...
–Qué forro... No sé. Bueno, no importa, ¿en qué estábamos? Ah, sí, bueno, nada, más o menos eso es lo que te quería decir. Que a veces me pongo a pensar y no puedo evitar preguntarme, vas a pensar que es grasa, pero bueno, es así, no puedo evitar preguntarme, no sé, estoy en una situación y me pregunto ¿Es esto el amor? O más tipo: ¿Esto es amor? Y es eso, es como lo que te decía, que me viene de afuera, y no tiene que ver con vos y me gustaría no preguntármelo, pero no puedo evitar hacerlo porque después durante un tiempo te hago la madre de tus hijos y después de un día para el otro desaparezco y listo, como que de repente decido que hay algo que no está bien, bah, como que ni lo decido, es como si me viniera de algún lado del interior, como que me viene de adentro algo que me dice esto no está bien y desaparezco y no sé, es una locura... Y ya sé cómo es, después el otro queda pagando y es un bajón, por ahí está bueno que este todo claro desde el principio...
–¿Pero tenés ganas de verme?
–Sí, obvio, ¿qué tiene que ver eso?
–No sé, yo no sé mucho más que eso tampoco. Además, la verdad que la semana pasada me sorprendí, porque eras vos la que llamaba... Yo no sé si somos novios o no, no sé qué somos, no me interesa mucho tampoco saberlo, qué somos, y todo bien, yo entiendo lo que me decís, o creo, puedo identificar esa sensación, como que te viene de afuera, todo bien, pero ya ese pedorreo sobre el amor, no sé si me interesa mucho entrar en eso, me parece que no me interesa y que es un poco engañoso. Y no sé, ya lo del otro día, lo de que te quedaste pensando, justo el otro día que estuvo medio choto, bah, que no cogimos muy bien, no sé, por ahí me equivoco, pero me parece que sos un poco resultadista...
–¿Resultadista? No entiendo qué me querés decir…
–No, nada, que ahora me decís estas cosas y fue justo la última vez que nos vimos que no pudiste acabar y entonces…
–Ay, qué boludo, ¿qué tiene que ver eso?
–Bueno, ponele que no tenga nada que ver, pero entonces es muchísima casualidad que me vengas con este planteo justo ahora, después de que no estuvo muy bueno la otra vez, porque la semana anterior habíamos estado a pleno...
–Sí, ya sé, pero igual lo de acabar olvidate, mirá si eso va a tener algo que ver, eso me chupa un huevo, mirá si eso me va a importar, qué boludo...
–Y entonces, ¿qué te agarró justo ahora?
–No, no es justo ahora, ése es el tema. No es justo ahora. Es algo que me pasa siempre y que no quiero que me pase más, ¿entendés? Me gustaría no tener que pensarlo tanto, pero después las cosas pasan igual y yo quiero que estés al tanto, que sepas que existe la posibilidad de que yo desaparezca, que convivas con eso. O que no convivas, por ahí convivir es mucho, pero no sé, que lo sepas, que lo tengas en cuenta, no sé, no te quiero quemar la cabeza...
–No, no me estás quemando la cabeza, está todo bien, igual no entiendo muy bien a qué viene...
–¿Cómo que no entendés a qué viene? ¿Qué es lo que no entendés?
–No, sí entiendo, está todo bien, olvidate...
–No, pero decime...
–No, no, ya está, no importa, no era nada...
–...
–...
–Che...
–¿Qué?
–¿Vos me querés a mí?

Friday, August 22, 2008

Primeras páginas (II)

Hidrografía doméstica (novela)
de Gonzalo Castro

Uno


Me miro los pies. Otro día. Hace una semana que tengo miedo, y que busqué por todas partes. De todas maneras puede tratarse de un error, porque muchas veces me pasa de confundir los sentimientos. Sentir calor y era angustia. Sentir como una opresión en el pecho y era sueño. Por suerte puedo quedarme en la cama a analizar todo esto.

El vivir sola me ha dado madurez, en el medio del bosque, un auténtico vergel. A veces abro la puerta y es un desierto lunar, el frío entra por los poros de mi casa y yo estoy en la cama.

La cama más grande del mundo. Nadie tiene una cama así. Mis padres tienen una cama grande en la que supongo que malamente se aburren y así y todo es chica al lado de la mía. Mis amigos de mi edad tienen camas de juguete, camas para dormir. Unos amigos más grandes tienen camas en todo caso como la de mis padres, pero todos suponemos que se divierten un poco mejor, aunque algunos se la pasan llorando. Quizá es mi influencia. Yo nunca lloro, pero creo que a veces inspiro a llorar.


Mi cama ocupa los veintidós metros cuadrados de mi casa, en una de mis primeras coincidencias de predestinación generadora. Entonces mi casa está hecha para un colchón de dos plazas, tres colchones de una plaza, y un colchón de tamaño indefinido, sábanas, mantas parciales, retazos de acolchados, almohadas y almohadones, todo seguramente robado a mi familia.

En mi casa es ley estar descalza, y mala costumbre andar en piyama. Mi casa está en el fondo del gran jardín de la casa de mis padres, y además del gracioso espacio mullido tengo un baño de fantasía con dos viejas bañeras con patas, como dos Behemots obedientes, paralelos (una historia bastante larga y que favorece a mi padre, aunque después él se haya arrepentido), y vidrios, espejitos de colores, caracolas (maravillas por las cuales una entregaría todas esas inútiles piezas de oro y plata a las fuerzas realistas).

Afuera, mi patio pequeño; después empieza la frondosidad, la anchuria arbolada, la vegetación subtropical, supertropical, y más allá lo de ellos, la parquización, la piletización olímpica. Pero en mi patiecito tengo una parrilla, un anafe y un horno de barro auténtico (nuestro planeta consta de tierras y aguas, los dos elementos base para producir barro), pero clausurado.


Necesito dormir.

Primeras páginas (I)

Semana (novela)
de Sebastián Martínez Daniell

Lo mejor será

Escuchen todos. Escuchen cómo trina... ¿quién es que trina entre los muebles? Sí, escuchen cómo trina... o cómo canta...; de un modo curioso. Yo conozco ese canto insistente, que también es el canto habitual... Y conozco esa voz. El canto de esa voz potente que viene desde lejos. Es un último ruego remoto. Un mensaje ultramarino saboteado por el oleaje. Lo que queda de un trino devorado por las criaturas del mar. El resto de una intención. Lo que queda del mejor grito. O quizás es el canto a media voz de alguien muy próximo. El susurro íntimo de un ser inaudible. Es una injuriosa demanda al oído que proviene desde dentro. Con persistencia. Desde dentro y en una lengua extraña. Ya está. Cesó, desapareció. Lo mejor será que siga durmiendo.


Una recta inagotable

Cada día que comienza me esfuerzo por mejorar, por progresar. Recorro el escarpado camino de la auto superación. Soy un hombre que no teme alcanzar día a día nuevas metas. Pongamos como ejemplo el tabaquismo. No me conformo con ser un adicto al cigarrillo. No me satisface sólo fumar mecánicamente sin objetivos ni perspectivas. Fumar sólo para terminar un cigarrillo y, al rato, encender otro sin un plan directriz, sin un concepto que sustente la práctica. Por el contrario, intento ser un profesional del cigarrillo. Fumar cada día más. Cada día en peores circunstancias. Me apena no tener suficiente fuerza de voluntad para poner el despertador y levantarme en la madrugada a fumar un cigarrillo más.

Y esta mañana, ¿qué? Abrir los ojos y fumar, por supuesto. Y no es placentero. Es un verdadero martirio este primer cigarrillo y su denso humo que atraviesa la garganta reseca, antes de tomar un vaso de agua, antes de lavarme los dientes. La boca pastosa y los pulmones que reciben la primera laceración y se resisten al penoso proceso del tumor y la metástasis. ¿Qué más? La luz del helio consumiéndose en el vacío y entrando por la persiana. El entumecimiento de los miembros y la lejana voluntad de cambio. En la calle, a través de la ventana, apenas los escucho, un niño con su madre.

El niño, más que llorar, grita. No es el llanto desesperado del sufriente. Es un grito urgido, innecesariamente urgido. Grita con fuerza, con mucha fuerza. Aturde. No articula sentido. Sólo vocales. No tiene nada para expresar. No hay ninguna exigencia concreta, es sólo un grito que espera ser atendido.

La madre lo mira. Se avergüenza. De reojo nos mira a todos, se siente nerviosa. Está en una encrucijada. Impone su autoridad o cede ante el ridículo. Se hace fuerte. Toma del brazo al niño y lo sacude.

El niño grita cada vez más fuerte. Con la boca cada vez más abierta. Sin dolor, con voluntad de poder. Quiere algo y está convencido de merecerlo. Sus gritos pierden intensidad a medida que el aire va vaciando sus pulmones. Pero inspira violentamente y vuelve a gritar. Cada vez más fuerte.

Ahora la madre también grita. Pero son gritos diferentes. Son gritos racionales, intentan convencer al niño de algo. De que deje de gritar. Le grita que deje de gritar. Luego baja la voz y le habla. Que sea bueno. Que la gente los mira. Que está haciendo papelones. Pero fracasa y calla. Balancea la mano y le pega.

El niño llora. Llora y grita. Grita porque ya venía gritando. Llora porque siente impotencia. Los dos se van. Los miro irse y miro el teléfono. Ah, sí. El teléfono, el mensaje, la amenazante intermitencia del contestador automático. Esa luz suave y verdosa que colma el espacio alarmando sobre los riesgos de la mirada y la pulsión escópica. Luego se ausenta invitando a Morfeo a trazar una recta inagotable entre el letargo de las siestas y los desmayos de la nocturnidad. Y así alternativamente.
Presiono el botón pertinente y el ganador es... ¡Tosca! Ella, regresando de su segundo desayuno, ya preparada para tachar todas las anotaciones de su agenda mientras yo todavía intento reunir los pedazos sueltos de lucidez. Ya te llamo, Tosca. Será lo primero que haga en cuanto termine de convocar a la plana mayor de Pinkerton & Pinkerton y demos con ese huidizo teléfono. ¿Que te llame? Sí, claro, más tarde te llamo. Sí, sí, chau para vos también.

Tenía una escueta intención de llamarla. Y grandes intenciones de seguir durmiendo. Eso haría si no fuera por esto que se clava en mi sien. Por supuesto. La antena del teléfono que asoma por debajo de la almohada. Y ese amanecer nos acongoja a todos.